Cuando me decidí a pedir ayuda ya llevaba veinte años de bulímica practicante y estaba muy cansada. Harta. Si el tiempo que pasé pensando en comer y comiendo y vomitando lo hubiera pasado estudiando, ahora tendría tres carreras. Si lo hubiera pasado haciendo deporte tendría alguna medalla. Había decidido que cualquier cosa sería mejor que lo que estaba haciendo hasta ese momento, incluso si tenía que engordar unos kilos en el camino (terror).
Porque estaba convencida de que el proceso pasaba por ahí: tendría que dejar de vomitar y me costaría dejar de comer, y me pondría gorda, enorme, y probablemente nunca volvería a pesar lo de antes (que entonces no llegaba a los 60 kilos). Pero de todas formas no podía seguir así. Lo que había empezado como una ingeniosa manera de hacer dieta sin esfuerzo cuando me había pasado con la comida, se había convertido en una obsesión por la comida tan grande como la obsesión por estar delgada. Manda huevos, cómo se puede tener una obsesión y la contraria al mismo tiempo, qué locura retorcida.
Empecé el tratamiento y una de las muchas cosas de las que me informaron fue de los mecanismos que provoca en el cuerpo este maltrato al que lo estaba sometiendo. Nunca me había preocupado por buscar en internet información sobre la bulimia. Buscar en google cualquier información sobre un problema de salud que tengas es abrir la cápsula de La Amenaza de Andrómeda. Es mucho mejor vivir en la ignorancia. O ir al médico, mucho más sensato.
El caso es que además de los evidentes efectos sobre la salud, el vómito tiene otro efecto que a las bulímicas-mejor-muerta-que-fea-y-gorda nos interesa más: después de vomitar el cuerpo se pone en alerta roja por la amenaza de la desnutrición, y la próxima vez que comas le cundirá el doble que si no hubieras vomitado. Lo aprovechará todo, incluidas las toxinas habituales en los alimentos que normalmente se encarga de eliminar. Y encima: aunque te parezca que has soltado la primera papilla de eso nada. No se vomita ni la mitad de lo ingerido. La mayoría son jugos gástricos y esas cosas.
Me quedé flipando. Al principio pensé que sería un truco del tipo no juegues con cerillas que te meas en la cama, pero el tiempo ha confirmado la teoría. Empecé a adelgazar desde el principio. Ayudada por la medicación que frena el apetito y las compulsiones, claro, pero cumpliendo a rajatabla una dieta de 5 comidas al día con buenas raciones de todo. Me parecía imposible que comiendo tanto estuviera perdiendo peso, pero perdí dos tallas, me quedé en una 36-38 y en esas sigo de momento, ya casi sin medicación y con más dificultades, claro, nadie dijo que fuera fácil y que no hubiera que poner nada de tu parte. Y de regalo: al eliminar las toxinas de los alimentos normalmente, se me quitó en muy poco tiempo ese acné "juvenil" que creía que me iba a acompañar hasta la menopausia. ¡Toma! Sorpresas te de la vida, y algunas buenas.
Porque estaba convencida de que el proceso pasaba por ahí: tendría que dejar de vomitar y me costaría dejar de comer, y me pondría gorda, enorme, y probablemente nunca volvería a pesar lo de antes (que entonces no llegaba a los 60 kilos). Pero de todas formas no podía seguir así. Lo que había empezado como una ingeniosa manera de hacer dieta sin esfuerzo cuando me había pasado con la comida, se había convertido en una obsesión por la comida tan grande como la obsesión por estar delgada. Manda huevos, cómo se puede tener una obsesión y la contraria al mismo tiempo, qué locura retorcida.
Empecé el tratamiento y una de las muchas cosas de las que me informaron fue de los mecanismos que provoca en el cuerpo este maltrato al que lo estaba sometiendo. Nunca me había preocupado por buscar en internet información sobre la bulimia. Buscar en google cualquier información sobre un problema de salud que tengas es abrir la cápsula de La Amenaza de Andrómeda. Es mucho mejor vivir en la ignorancia. O ir al médico, mucho más sensato.
El caso es que además de los evidentes efectos sobre la salud, el vómito tiene otro efecto que a las bulímicas-mejor-muerta-que-fea-y-gorda nos interesa más: después de vomitar el cuerpo se pone en alerta roja por la amenaza de la desnutrición, y la próxima vez que comas le cundirá el doble que si no hubieras vomitado. Lo aprovechará todo, incluidas las toxinas habituales en los alimentos que normalmente se encarga de eliminar. Y encima: aunque te parezca que has soltado la primera papilla de eso nada. No se vomita ni la mitad de lo ingerido. La mayoría son jugos gástricos y esas cosas.
Me quedé flipando. Al principio pensé que sería un truco del tipo no juegues con cerillas que te meas en la cama, pero el tiempo ha confirmado la teoría. Empecé a adelgazar desde el principio. Ayudada por la medicación que frena el apetito y las compulsiones, claro, pero cumpliendo a rajatabla una dieta de 5 comidas al día con buenas raciones de todo. Me parecía imposible que comiendo tanto estuviera perdiendo peso, pero perdí dos tallas, me quedé en una 36-38 y en esas sigo de momento, ya casi sin medicación y con más dificultades, claro, nadie dijo que fuera fácil y que no hubiera que poner nada de tu parte. Y de regalo: al eliminar las toxinas de los alimentos normalmente, se me quitó en muy poco tiempo ese acné "juvenil" que creía que me iba a acompañar hasta la menopausia. ¡Toma! Sorpresas te de la vida, y algunas buenas.
Hola. Estoy yendo a un endocrino además de un psicólogo por mi bulimia.
ResponderEliminarMi duda es q medicamentos tomas o tomabas para frenar el apetito y las compulsiones? pq a mí sólo me han mandado una dieta equilibrada y nada de medicación y paso un hambre extrema y sé q al final me hará caer de nuevo.
Mi correo es v.r.g81@hotmail.com me sentiría muy agradecida de q me ayudases.Espero tu respuesta vía mail. Gracias de antemano